lunes, 11 de febrero de 2013

EL CLAN





No logro comprender ciertas cosas por mucho que presto atención y me esfuerzo.

Leo y visiono todo tipo de discursos, pronunciamientos, editoriales, artículos de opinión y debates políticos. No reniego de ningún medio de comunicación por mucho que su tendencia ideológica no sea afín a los razonamientos que impulsan mi actividad política. Quien me conoce bien pondría en duda que yo atienda, ya de madrugada, a la repetición de informativos, de esos que reciben tal calificación del mismo modo que la recibe el documento que te explica las características de un coche. Esa gente que me conoce no creería que lo hago, que veo esos libelos, pero así es.

Estoy convencido de que es necesario intentar mantener los oídos abiertos a las ideas del otro. Tener miedo a las ideas viene a ser como temer a los fantasmas, a los designios de la cartas del tarot o a la bolita que salta de número en número cuando gira la ruleta. 

La vida del más allá pululando por los pasillos del más acá; lo predestinado impregnando las cartas arcanas de un vidente televisivo; o la suerte, esa combinación aleatoria a la que nos aferramos todos y a la que, en secreto, solicitamos más favores que a cualquier otra divinidad; no son factores temibles salvo cuando colman el intelecto e impiden la llegada de nuevas posibilidades razonables.

Lo verdaderamente temible es la actitud radical ante la idea y la creencia. Lo debemos reconocer así. La historia nos muestra sobrados ejemplos de los trágicos derroteros que han seguido las sociedades guiadas por un pensamiento exclusivo y excluyente.

En ese laboratorio social que es la manada humana se ha probado con algo más de una decena de fórmulas de gestión y de convivencia. No son muchas si nos planteamos el tiempo que venimos ocupando el puesto de especie dominante. A lo largo de la historia, nuestra inteligencia desarrollada ha sido acomodaticia y ha permitido que la pequeña estructura del clan prepondere sobre la del demos. Así llegamos hasta el inicio del siglo XX sin encontrar experimentos de organización social que pasaran de lo teórico a lo práctico. 

Pues bien, todas esas fórmulas, al fracasar, han dado como resultado una síntesis que se concreta en dos tendencias indiscutibles: la autoritaria y la permisiva.

Hasta la fecha podemos constatar que la tendencia autoritaria termina siempre por corromperse. Los blindajes que la sustentan se oxidan, se carcomen y su férrea resistencia a la idea alternativa se hace porosa. Es entonces cuando surgen movimientos y convulsiones que buscan lo permisivo y que, con raras excepciones, concluyen en guerras civiles y en un absurdo derramamiento de sangre. No hay nada de inteligente ni de desarrollado en una evolución a tiros. En los tiros hay mucho de instinto y de animalidad.

Sin embargo, la manada humana ha luchado, lucha y luchará por lograr que la tendencia autoritaria se transforme en permisiva ya sea de una forma inteligente y desarrollada o de una forma instintiva y animal.

Porque de lo singular a lo plural, de lo individual a lo colectivo, hemos entendido que cuanto más ampliamos las opciones del ciudadano —sus derechos—, mayor es su eficacia dentro del engranaje comunal. Hemos aceptado que dentro de lo plural siempre se encontrará lo singular, que lo colectivo atiende a lo individual y que la reciprocidad entre ambos conceptos es sumamente beneficiosa. De ahí que las que hemos dado en llamar sociedades evolucionadas se hayan determinado por un modelo de organización que, con sus múltiples variantes, pretende garantizar la convivencia de lo particular con lo general.

Por esta razón aceptamos la democracia como receta de coexistencia. Admitimos que tiene sus errores —el sistema no es perfecto puesto que el individuo tampoco lo es—, del mismo modo que deberíamos admitir que podemos mejorarla y que todo requiere un proceso primitivo de ensayos, pruebas erróneas y aciertos.

Y este es el motivo, tal como anunciaba al principio, por el cual no logro comprender ciertas cosas que están ocurriendo en España y, ya de paso, en Europa.

No comprendo, por ejemplo, cómo admitimos que los derechos sociales, que con tanto esfuerzo se fueron conquistando, se diluyan en el líquido espeso de esta crisis que padecemos. La mayoría de ellos, utilizando un razonamiento moral y políticamente simple, poco o nada tienen que ver con factores económicos resolutivos.

¿En qué afecta la justicia universal a la solución o desarrollo de la crisis? ¿En qué afecta el derecho a una vivienda digna? ¿En qué afecta la sanidad pública, la educación pública, los derechos laborales, la cobertura social…?

¿En qué y a quién beneficia la degradación de estos pilares?

Que nadie me diga que, después de haber visto aireado todo lo que se está viendo, la motivación de semejante expolio es el ahorro en las cuentas del estado, las cuentas europeas o las cuentas del mundo. Que nadie me diga que la sociedad ha despilfarrado durante una época determinada y, ahora, tiene que pagar por haberlo hecho. La economía, no nos engañemos, también está sujeta a aquella ley de Lavoisier sobre la conservación de la materia cuya máxima se resumía del siguiente modo: “La materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”.

A esa representación de lo material que es el dinero le ocurre lo mismo: se transforma, se revaloriza, cambia de manos, se devalúa. Menos representa a más o más representa a menos. Pero lo representado, la materia en sus infinitas transformaciones, permanece. Se puede ocultar pero no desaparece. Por lo tanto, resulta obvio asegurar que lo que no tiene la sociedad, lo plural, el demos; lo posee lo asocial, lo singular, el clan. 

Muchos somos pobres para que unos pocos sean ricos.

Insisto: la riqueza, al igual que la materia, se puede ocultar pero no puede desaparecer. Por lo tanto no queda otra que afirmar que nuestro supuesto despilfarro, el de la sociedad en su amplio espectro, ha hecho rico a ese conjunto singular y reducido que es el clan.

Entonces… si esa clase privilegiada se enriquece gracias a nuestro consumo derrochador ¿cómo es que hemos entrado en crisis? ¿Cómo ocurre que esa clase no sigue incentivando el flujo económico que la hace prosperar?

Partiendo de este planteamiento se me acumulan las preguntas:

¿Por qué se deben recortar los presupuestos estatales para sanear cuentas que se nutren del esfuerzo del contribuyente? ¿Por qué está roto el círculo cerrado de producción en el que la hacienda crea proyectos, genera empleo, el trabajador percibe un sueldo y, por ende, paga sus impuestos repercutiendo en la mejora del estado de las cuentas públicas? ¿Por qué debe sufrir el ciudadano ese hostigamiento, intrínseco en la filosofía del ahorro, si, total, mediante esa filosofía, el clan merma su dominio económico y no logra generar cambios estructurales que, sin lugar a dudas, serán positivos para sus arcas?

La respuesta se me hace tan sencilla como terrible:

El clan ya no busca la riqueza o, mejor dicho, ya no busca únicamente su enriquecimiento.

Y no lo hace porque la riqueza, como tantas otras cosas, pierde su valor cuando no es exclusiva ni excluyente. Para volver a serlo, el clan ha decidido cerrar el grifo. Ha construido una presa en la fluctuación natural de la economía, en una sociedad capitalista, y ha resuelto emular al terrateniente tejano prohibiendo que el ganado de los demás vecinos abreve en el río que pasa por sus tierras.

El clan ya no quiere ser más rico, quiere que los demás nunca lleguen a poseer su estatus; está harto de la democracia, de lo que juzga a todos por igual, sana a todos por igual, educa a todos por igual y de lo que otorga derechos a todos por igual.

Ante una sociedad adormecida, ante una sociedad que teme perder los bienes que tanto esfuerzo le ha costado conseguir, ante una sociedad educada con valores morales que la alejan de sus instintos, y ante una sociedad que no recuerda que su mayor posesión son sus derechos; el clan ha visto, hoy más que nunca, su oportunidad para restablecer su tendencia autoritaria.

Paso a paso, camuflando su ataque entre terminologías, entre congresos europeos y entre praderas donde puede pacer tranquilamente la manada humana; el depredador avanza.

Y no consigo comprender por qué, siendo tantos, siendo una mayoría de gacelas, elefantes, búfalos y algún que otro ñu; no logramos detenerlo.

Debe ser que no me he informado lo suficiente o que debería ver más documentales de la 2.

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