jueves, 17 de octubre de 2013

ALBEDRÍO




El autor no tiene problema alguno a la hora de crear al protagonista. Tan sólo debe dotarlo de vida, darle un sexo y fijarlo en el tiempo.

El personaje será una mujer. Nacerá en la última década del siglo XX, en la era moderna.

El autor no se entretiene en poner nombre a su heroína. Plantearse burocracias de ese tipo —o las de la colocación, la talla y la salud del feto— suelen trastrabillar el buen curso de la idea general. Se pierde el tiempo interviniendo en las mecánicas acostumbradas de la existencia; la vida de sus personajes no es más que un dibujo, de trazos gruesos y aleatorios, donde la pintura resbala, viaja y se entremezcla de orilla a orilla del lienzo. Él autor tan sólo se encarga de los detalles que diferenciarán cada una de sus obras. La reiteración del proceso genera el estilo.

Por lo tanto el nombre de la protagonista llegará más tarde, cuando ocurra el nacimiento y sea necesario concretar circunstancias, anécdotas y matices. Antes, mucho antes, es preciso situarla en el amplio espacio terrestre y, así, darle unas características raciales e idiomáticas.

El autor —que sin haber estado en lugar alguno maneja innumerables datos—, se documenta para decidir dónde vendrá al mundo su criatura. Y dado que los antecedentes históricos le certifican que cualquier hecho que ocurra en África será exuberante, complejo, humano, tribal, primitivo y profundamente corrupto; escoge este continente como su mejor expectativa.

Pese al cúmulo de estadísticas y reseñas, toma algunas medidas a vuela pluma y, sin plantearse consecuencias colaterales, cuadra latitudes y longitudes buscando un único objetivo: la localización exacta del nacimiento debe hacer factible el final que ha pergeñado para su personaje.

Escoge un país, una población, una manzana y una casa. Elije a un padre y a una madre con condicionantes salubres aceptables. Planifica la intersección de gametos, y, promoviendo acontecimientos que permitan sortear los inconvenientes dramáticos que afectan a la pareja, deposita en sus vidas el germen de la protagonista.

Las opciones del embrión, a la hora de ser implantado en su recorrido social, serán las mismas que las de todos los personajes que en el mundo han sido: el recreo festivo de los ricos, los jardines caducos de las clases medias o los siempre sobrecargados estercoleros de los pobres. En definitiva, para el autor también resulta sencillo tomar esta decisión. El autor sabe complicar la vida de sus personajes con independencia del ambiente donde se concierte la tinta indeleble del carácter. Sobre semejante facultad apoya su privilegiado método argumental. Procura que lo improbable se haga real, sorprenda y mantenga floja la cuerda del suspense. Es gracias a una fórmula binomial, donde lo imposible prevalece sobre lo posible, como renueva temáticas de manera indefinida.

De este modo, hace girar la pequeña ruleta que desencadenará peripecias y eventualidades en la vida de esta niña que, ahora, en 1993, recién nacida, trae a un mundo oscuro un llanto que recorre la minúscula estancia donde apenas cabe un jergón y dos sillas, y que, como este rayo de luz que golpea su frente, se cuela por las mismas rendijas de una contraventana destartalada y se disuelve en el anonimato de la memoria y el olvido africano.

El autor convierte a la niña en el primer vástago de una familia de seres sin más historia que la de permanecer vivos. Al igual que sus ancestros, el padre y la madre no han hecho otra cosa que sobrevivir hasta convertir esta cualidad animal en un legado inhumano pero plausible. Sus mayores logros han consistido en trasladar sus pertrechos desde la aldea a la metrópolis, integrarse en el cenagal de una sociedad putrefacta y efervescente, y transformar sus costumbres milenarias en meros rescoldos paganos.

Y es en este punto donde el autor deja libre a su protagonista, la abandona a merced de hambrunas, sequías, plagas y guerras; para retomar su plan veinte años después, cuando los impulsos de la joven ya han sido domados por la realidad.

Queda cercano el día de su muerte, la culminación de la estrategia establecida desde el inicio de la historia.

El autor introduce un giro de acontecimientos y permite que, durante una escaramuza militar en la zona, sea violada por varios guerrilleros. Impide que la asesinen al concluir su juerga castrense puesto que uno de ellos, justo cuando los machetes se alzan sobre la cabeza de la muchacha, detiene la ejecución y recuerda las órdenes del alto mando con su táctica para variar la genética del enemigo.

Así, el autor logra que la joven quede embarazada. El siguiente paso es tan sólo consecuencia del miedo: la protagonista es repudiada por sus padres para evitar males mayores: nunca se sabe qué nueva ley puede decretar el nuevo dictador o de qué puede ser acusada por su ejército policial si llega a determinados oídos que la futura madre lleva en su vientre la sangre del enemigo.

Ya en esta tesitura, el resto del plan y el final pretendido se sucede y llega con extremada facilidad.

La joven vaga durante días por la altiplanicie desértica. Busca la antigua aldea de sus padres; el refugio, el secreto y la piedad de su clan. Perdida la orientación y el ánimo, la joven cae extenuada a un lado del camino. El hambre, la sed que acumula, se arraiga en el cansancio de su alma; el calor virulento compite con el frío que recorre sus huesos; el sudor se le confunde con las lágrimas hasta que toda humedad se seca y, deseando que esta derrota sea la última, comienza el delirio.

Entonces, el autor se manifiesta.

Persuade la inconsciencia de la joven con las voces de un buen sueño. Las resonancias del mismo crean imágenes etéreas y, entre sonidos y visiones, muestra un lugar al otro lado del mar donde su hijo podrá crecer libre y fuerte, donde todas las razas conviven y prosperan, donde los alimentos son sanos y repletan los mercados, donde la policía y el ejército protegen a los ciudadanos, donde la religión no es tabú ni obligación, donde realmente se cumple lo que decide el pueblo, donde los políticos no se enriquecen saqueando el fruto de los impuestos, donde la enfermedad se cura porque debe curarse, donde todos aprenden lo que debe saberse del mundo, donde las personas no sólo tienen una oportunidad sino muchas, donde todo lo bueno que falta, más pronto que tarde, llega y satisface.

El autor ve cómo su creación sonríe antes de que lleguen los primeros estertores y es, en este preciso momento, cuando, a lo lejos, levantando el polvo del camino, hace aparecer una vieja furgoneta; es en este preciso momento cuando coloca al volante a dos jóvenes monjas de una misión cercana y clandestina; es en este preciso momento cuando una de ellas descubre a la protagonista tumbada junto al sendero, es en este preciso momento cuando las hace detener la marcha junto a ella y es, en este instante final, mientras las dos religiosas le dan de beber e intentan reanimarla, cuando el autor susurra dulcemente a su criatura el único nombre que importa en la estrategia de esta historia:

Lampedusa…

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