jueves, 6 de marzo de 2014

MONÓLOGO SOBRE UN ESPÍA




Mientras se abre el telón escuchamos a Ernesto hablando por teléfono. Viste un pijama holgado y zapatillas de andar por casa. Está sentado ante un monitor de televisión colocado en la primera linea del escenario. La pantalla mira hacia el fondo del mismo de tal forma que el público no puede ver las imágenes. 
El decorado, pese a estar en penumbra, nos sitúa en un pequeño salón con tintes hogareños. La oscuridad se ve rota con la fluctuación de la luz que genera la pantalla. Junto al protagonista, en el suelo, se encuentra una caja de cartón de tamaño medio. Está abierta. Sobre una mesita baja se apilan decenas de pequeñas cintas de vídeo.
Ernesto, sin dejar de hablar, se acerca al monitor y observa las imágenes con interés. Con la mano libre coge el mando a distancia y sube el volumen del televisor. Un barullo de conversaciones incomprensibles inunda la escena. La música de un bolero flota lejana sobre el bullicio. El protagonista se ve obligado a alzar la voz:


ERNESTO:
¿Cómo que quieres que te haga una copia de todas las cintas?

Son todas Hi8. La imagen es un asco y el sonido ni te cuento. Además, en su mayoría son una auténtica bazofia sin sentido. No merece la pena el esfuerzo. Haré una selección, la pasaré a un disco duro y te lo haré llegar.

He comprado una handycam de segunda mano, así las estoy visionando.

No insistas que no pienso volcarlas todas. En realidad te he llamado por si querías venir a casa a verlas.

Además, ninguna está etiquetada. Lo estuvieron, eso sí. En varias se aprecian los restos de papel o algo de pegamento. No entiendo por qué lo han hecho. Ahora es imposible seguir una cronología.

Por ejemplo, la que estoy viendo es del cuarto mes. Tiene que serlo porque yo ya iba con la boina y la barba a lo Che Guevara. El tiro es lejano pero se nos distingue con claridad. “Tigre” y yo estamos sentados en el piano-bar. Discutimos. Al menos yo no paro de apuntarle con el dedo. Parezco Robert de Niro haciendo de Al Capone pero con boina. 

Creo que quien nos graba lo hace desde los sillones centrales del recibidor del hotel. Los más cercanos al loby

Sí, donde se sentaban las jineteras y sus chulos.

¿Te acuerdas del descaro con el que todo el personal hacía la vista gorda? El resto de los cubanos que no trabajaran en el "Habanero", o que no pudieran sobornar a “Tigre”, no podían ni asomar las narices por allí. Tuve que solicitar permisos para que todo el equipo de la filmación tuviera acceso. Pobrecitos míos… ¡Permiso de la autoridad competente para entrar en un hotel al que las putas accedían sin problema alguno! 

Digo filmación porque me sigue gustando la palabra "filmación" y porque me parece que es la acertada para describir aquel sin dios. Le pone el toque de antigualla a todo el rodaje... 

Sí, por culpa de aquel permiso conocí a "Tigre". La autoridad competente. Me pareció curioso que el jefe de seguridad del hotel se presentase utilizando su apodo en lugar de su nombre. Bueno, al principio todo me parecía curioso. 

Tienes razón, a él también le pareció curioso que intentara sobornarlo con pesos cubanos. "Si usted quiere que Cuba invada este hotel, olvídese de ese dinero de mielda", me dijo mirando aquel fajo de billetes del "Monopoly" para, mientras se los echaba al bolsillo, terminar aplazando la transacción con una de sus mejores sentencias: "La libeltad se viste con dólares". 

Un tipo de película.

Cuando presenté las acreditaciones, todo el personal del "Habanero Plaza" dio por hecho que habíamos adquirido material de recreo permanente. Sobre todo cuando Yahima y Darilys se incorporaron a la secretaría de producción. A nadie se le pasó por la cabeza que dos mulatas pudieran servir para otra cosa. ¿Recuerdas la expresión de las dos muchachas cuando entraron en el hotel por primera vez? No sé si se trataba de admiración o de espanto. Nunca habían visto tanto lujo. No lo podían asimilar.Y eso que el puñetero hotel era un auténtico desastre.

Es verdad, Yahima no era mulata. En todo caso era una mujer joven y guapa y eso sólo podía significar una cosa para los muchachotes cubanos...

Ya sé que son detalles sin importancia pero es que, cuando me puse a ver las cintas, se me vinieron a la memoria todos ellos y me están pegando una paliza de campeonato. Por eso te he llamado, por si quieres venir… 

¡Qué si quieres venir!

No, es que tengo el volumen a tope por si soy capaz de escuchar algo que me sitúe, que marque los momentos. ¡Qué le voy a hacer si tenemos que hablar a gritos! Con este jaleo apenas si te escucho. 

Está bien, ya bajo la voz. ¡No la mía, la del televisor!

Ahora "Tigre" se ha levantado y se marcha. Me he quedado con una cara de mala hostia que asustaría a cualquiera. Creo que tengo una vaga idea sobre el día y el tema de conversación . 

Sí, supongo que yo estaba de mala leche todos los putos días. 

¡Hostias! ¡Ahora he mirado a cámara! ¡Estoy viendo al tipo que me graba pero éste ni se inmuta! ¡Mantiene el plano tan pancho, como si con él no fuera la cosa! ¡Madre mía, menudas ojeras tengo! Parezco desesperado, o triste, o yo qué sé...

Recuerdo que en una de mis conversaciones con “Tigre”, sentados en el mismo lugar, me advirtió que no debía, bajo ningún concepto, aportar datos personales a los cubanos. Ni nombre, ni dirección, ni teléfono y, mucho menos, mi mail. De hacerlo, aseguró, me vería enredado en una madeja sin fin de solicitudes para visitarme en España, o para que les mandase una oferta ficticia de trabajo, o para que les mandase pasta porque alguno de sus hijos se moría de algo...

“Nadie quiere escapar flotando sobre una goma si puede hacerlo planeando en un avión”, me dijo.

Días más tarde, cuando llegaron los actores españoles, tuve que repetir las indicaciones del jefe de seguridad. Enumerarles todas las trampas administrativas, las de la policía, las de los falsos guías, las de los timadores profesionales, las de las leyendas cubanas que no existían en realidad y de las otras leyendas que se copiaban y falsificaban sin cesar. Del tráfico de tabaco de pega, del timo de la leche, del timo de la estampita, del timo del todo incluido... No sé... Creo que durante el primer mes me convertí en el jefe de seguridad de aquellos españolitos. Copié a "Tigre", copié su desconfianza en los seres humanos y, tú lo sabes, al hacerlo comenzó a nacerme el asco por aquel sistema de mierda que se habían montado.

¿Cómo que no le pones cara a "Tigre"? ¡Llevo una hora hablándote de él! 

Tienes razón, tú apenas si lo trataste.

Menudo bicho era. El apodo le venía que ni pintado. Esos ojos verdes te metían dentro la sensación de estar desvalido. Miraban como buscándote las mentiras. No me lo dijo nunca pero estoy seguro que pertenecía al servicio secreto de Castro.

No empiezo con mis fantasías. Si en Cuba todos trabajan para Castro... ¿a qué crees que se dedican los jefes de los que vigilan a los turistas?

Ya sé que nosotros no eramos turistas pero para el caso da igual.

Viví a unos cuantos tipos como él antes de que palmara Franco. Supongo que donde quiera que les instruyan les hacen aprender gestos para acojonar a las personas. Era ver sonreír a "Tigre" y sabías que muchos habían sufrido por su culpa. Es algo que notas en estos tipos, que ellos mismos te muestran. No lo ocultan porque se sienten orgullosos de ese poder que tienen. Si los incomodas, perfilan su sonrisa y sacan a pasear sus amenazas como quien lanza un rugido. 

Un ejemplo: cuando le pregunté por la segunda planta, la que no aparecía en las numeraciones de los ascensores ni tenía puertas si intentabas llegar a ella por las escaleras; "Tigre" apenas hizo nada. Sonrió de ese modo que te estoy contando, dio un mordisco al bocadillo de jamón ibérico que yo había pedido para él, dio también un trago pausado a su Coca Cola Light y me preguntó: “¿Y para qué demonios quiere usted sabel lo que hay en esa planta?”, y manteniendo el gesto mientras masticaba, logró que se me pasaran las ganas de volverle a hacer cualquier pregunta.

Un mes después me permitió que lo acompañara a la dichosa planta y, tras conducirme por un laberinto de pasillos que arrancaban en la caseta de servicio, más allá de la piscina, entramos en una sala con apariencia de búnker. La planta donde se encontraba todo el sistema de seguridad y vigilancia del "Habanero Plaza". No sé por qué "Tigre" cambió de opinión, pero lo que si constaté ese día fue que tenía el mejor aliado para hacer lo que me diera la gana en el hotel y, con toda probabilidad, en el resto de La Habana. Daba igual que, para que nada impidiera rodar en el hotel, yo hubiera sobornado a toda la directiva cubana, a todos los camareros, recepcionistas, telefonistas y porteros. Ninguno de ellos podía solucionar lo que solucionaba "Tigre". Tenía poder absoluto y lo conseguía grabando y escuchando sin cesar a todo aquel que quisiera. Así me lo confesó cuando le pregunté, matizando la ironía, que para qué era necesaria tanta vigilancia en el país más seguro del mundo.

"¿Cómo quiere usted que engolde el caballo?", me contestó dándome unas palmaditas en el hombro.

¿Te imaginas? Un hotel que se quedaba sin luz, sin ascensores, sin escaleras mecánicas, sin internet, sin teléfono... resulta que disponía de un sistema de vigilancia enorme. Un mastodonte anticuado pero en perfecto funcionamiento. Toda una planta dedicada a vigilar el interior de las suites presidenciales, los pasillos, los restaurantes, las terrazas, las centralitas, las oficinas y la enorme recepción... 

Ya verás como, entre todo este amasijo, encuentro cintas grabadas en nuestras propias habitaciones. "Tigre" me comentó que, para garantizar la seguridad de los huéspedes importantes, sólo grababan a partir del piso decimoquinto. No me lo creí entonces y ahora mucho menos.

¡No! No soy un paranoico... Las cintas que visioné ayer demuestran esto que te digo. Ya lo verás… Nos tiene grabados a ambos durante aquella conversación en el Malecón cuando te propuse quedarnos, por si Castro moría. Era una idea cojonuda aprovechar nuestro equipo y realizar un reportaje que pasara a la historia. 

Ya sé que Castro sigue vivo, pero reconoce que en aquellos días, con el bloqueo informativo, todos pensamos que había muerto. 

¡Continúo! Me tiene en la comisaría cuando tuve que llamarlo para que liberaran a Javi por haber hecho una foto a un policía en la calle. Nos tiene aquella noche en la piscina, cuando metimos en el hotel a una de las actrices cubanas y a toda su familia para que se pegaran un baño. Nos tiene a todos en la fiesta de los actores cubanos cuando les sugerí que si en Cuba se había hecho una revolución, se podían hacer dos... 

Con razón me suplicaron todos que me callara, que no hablase de esas cosas. ¿Cómo iba a imaginar yo que nos estaría vigilando en medio del campo, joder?

¿Te conté alguna vez que esa misma arenga se la solté a él? 

Sí, imagino que no te dije nada, ya sabes cómo soy. Para qué preocuparte... Fue unos días antes de que me obligaran a marchar. ¡Qué prisa le entró a todo el mundo! No hubo manera de convencer a la productora en Madrid de que yo debía permanecer en la isla hasta el final de la grabación. Por mucho que se quedará todo el trabajo manga por hombro; por mucho que mi mujer se viera obligada a permanecer en La Habana, sin mí y con las tanquetas y las tropas patrullando las calles; por mucho que nadie supiera si iban a cerrar el espacio aéreo en el caso de que Castro muriese; yo tenía que salir de Cuba a nada que hubiese un asiento libre en cualquier vuelo.

Sí, supongo que se me fue la mano al decirle aquello. En realidad se me fue la mano al decirle todo cuanto pensaba... Pero es que ya no podía más, estaba hasta los huevos de tanta miseria y tanta corrupción.

Dime ¿cómo aceptar que los comisarios políticos trastearan en todos los guiones mientras mantenían que la censura se la exigía el pueblo? ¿Cómo digerir que todo aquello estaba diseñado para que nadie se diera cuenta del gran timo, para que nadie descubriese el negocio de Castro? ¿Cómo tragar con el bulo de su sistema educativo? ¡Si ninguno de los técnicos sabía escribir correctamente una frase!¿Cómo admitir el camelo de su sistema sanitario? ¡Tú y yo pudimos ver aquella realidad espeluznante sin el vestido nuevo de las visitas!¿Acaso no nos obligaron a recrear una habitación de hospital para que no mostrásemos las suyas? "Estamos en un proceso de grandes refolmas que impiden rodar en nuestras instalaciones sanitarias", nos dijeron.

¿Cómo soportar aquel esqueleto de personas sin esperanza? ¿Cómo callar ante el menudeo sexual de niñas y de niños ofertados a los viejos turistas? Los padres y las madres negociaban con los pequeños sin que les preocupara un carajo la presencia de la policía. ¿Acaso no lo vimos una y mil veces? ¿Acaso lo he soñado o me lo invento? ¿Acaso Raúl, a sus setenta años, no nos presentó al niño que iba a follarse aquella noche? ¡Estábamos todos en el Havanna Jazz! ¡Lo vimos todos! ¡Nos callamos todos, joder! 

Dime... ¿cómo atender al derrumbe de ese limbo mientras ves pintar el teatrillo por donde pasarán los coches oficiales? ¿Cómo oler ese aire, infectado de queroseno, sabiendo que todos cuantos nos rodeaban enfermarían de cáncer sin remisión? ¿Cómo volver a creer a Silvio tras ver la mansión donde vive? ¿O a Chucho tras aquel intento mío de dar una esperanza a un centenar de músicos cubanos? Me di de bruces con el Instituto Cubano de la Música y me negaron todos los permisos por no querer realizar el proyecto con quien ellos dijeran. En Cuba hasta la música es de la mafia. Rechazaron a todos los músicos que yo había elegido y a los que yo iba a pagar. 

¿A que del viejo Pérez Pérez sí te acuerdas? ¡Un saxofonista increíble! Hacía maravillas con el medio pulmón que le quedaba. No olvidaré jamás su expresión cuando le di la noticia. Él ya me había dicho que si lo hacía todo por el cauce administrativo el proyecto podría llevarse a cabo pero no con ellos. No con los músicos pobres. Le conté lo ocurrido y él apenas si movió un músculo de aquella cara suya de raíz seca. La mirada se le fue muy lejos, como buscando un idioma para decirme tres o cuatro palabras: 

"Otra vez a esperar la bala", me soltó tras un silencio largo.

¿Cómo pretendías que me callara más? ¿Cómo mantener el silencio cuando a “Tigre” se le ocurrió decirme, en aquella misma conversación del piano-bar, con aquella sonrisa carnívora, que el sistema era perfecto, que funcionaría siempre, que era nuestro mundo capitalista el que se corrompía a pasos acelerados? ¿Cómo evitar contestarle que, su sistema perfecto, tal y como lo habían desarrollado, ya era una idea de la mafia de Miami antes de la Revolución? ¡Que no es que lo contasen en la segunda parte de "El padrino", es que es un hecho histórico! ¡Esa misma mafia que mantenía sus yates amarrados en un puerto privado, a escasos treinta kilómetros, carretera al oeste de La Habana! 

Explícame, ¿cómo quieres que no le gritara que el “Barbas”, su hermano, sus hijos y toda su manada de oligarcas; se habían montado el mejor chiringuito del planeta a costa de una sociedad que creyó en ellos, que luchó contra gigantes por un ideal justo, que murió creyendo que el obrero, el campesino y todos los parias de la puñetera tierra tendrían una oportunidad alguna vez, en algún sitio, en aquel sitio…? ¿Cómo crees que me podía callar? ¿Cómo, si no vi otra cosa durante todos aquellos meses? ¿Cómo, si soy un hombre que siempre ha creído en los ideales de la izquierda? ¡Si soy de izquierdas, hostias! ... ¡Si soy de izquierdas!

Perdona que me ponga así... Me sigue saliendo la rabia… No importan los años que pasen, después de aquellos meses, se me ha quedado enquistada en los pulmones; es una furia que se me enciende por dentro a nada que recapacito sobre lo que ha ocurrido en estos últimos años. 

Y precisamente ahora me llega este montón de cintas con las grabaciones de “Tigre”.

¡Claro que estoy seguro de que ha sido él!. Todas estas cintas me las ha mandado ese hijo de puta. No sé cómo habrá dado conmigo teniendo en cuenta que, desde entonces, me he cambiado dos veces de residencia. Pero no puede haber sido otro, no puede haber sido nadie más.

¿Con qué motivo?

Déjame que te diga dos cosas: ahora mismo, mientras tú y yo hablamos, me lo puedo imaginar sentado en los mismos sillones del piano-bar, comiendo otro bocadillo de jamón ibérico, dándole sorbos a su Coca Cola Light y saqueando los bolsillos de cualquier imprudente que quiera hacer algo productivo en Cuba. Y mientras hace eso, también me lo puedo imaginar leyendo noticias sobre España; analizando lo que nos pasa, acordándose de todo cuanto le dije en aquella bronca, esbozando su sonrisa de matarife y afilando su mirada de ojos verdes mientras mira a la cámara y saluda.

Si, compañero, esa mirada suya de espía de película, esa mirada con la que el poder siempre engorda a sus caballos.

La fluctuación luminosa del monitor se estabiliza y escuchamos el pitido de ajuste que se mantiene durante un minuto. Ernesto, separa el teléfono de su oreja. Escuchamos la voz mecanizada de una operadora telefónica advirtiendo de una incidencia en la conexión. El pitido del monitor cesa así como la luz de la pantalla. El escenario se queda a oscuras y, lentamente, se cierra el:

TELÓN


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