Dado que publiqué hace un par de años, en esta misma bitácora, un breve artículo
titulado “Estado de gracia”, donde disertaba sobre el humor y sobre
todo aquello de lo que somos capaces a la hora de reírnos; no voy a abundar en cuestiones
filosóficas y sociales para entrar en materia respecto a este asunto de los
tuits de Guillermo Zapata ─concejal responsable de deporte y cultura en el
Ayuntamiento de Madrid─ que el pasado 13 de junio de 2015 se estrenó en el
cargo sin saber lo que se le venía encima y que, en el momento en que escribo este artículo, dos días más tarde, ha terminado dimitiendo.
Para quien no se haya enterado de lo ocurrido, añado un enlace a este post, publicado por el diario El País el
cual, en este caso, iguala su reacción editorial a la del diario El Mundo,
publicación de la que fuera director Eduardo Inda, artífice de esta metralla
mediática.
Resulta
incuestionable que Guillermo Zapata cometió una metedura de pata, grave,
poniendo por escrito y haciendo públicos chistes viejos y brutales que, como
otros de la misma índole e incluso peores, recorren y han recorrido las bocas y
orejas de cualquier población nacional o extranjera.
Quede dicho
de antemano: la torpeza es grande y los chistes tuiteados son horribles. Quede
dicho también que todos somos culpables de nuestro pasado y que lo somos
porque, como supongo en el caso de Guillermo Zapata ─a quien no conozco
personalmente─, no somos capaces de intuir cuál va a ser nuestro futuro y, así,
durante nuestra juventud, por poner un ejemplo, cometemos errores de los cuales alguno que otro resulta inconfesable. A buen seguro, si este hombre hubiese pronosticado, hace
cuatro años aproximadamente, que iba a ocupar un puesto de relevancia política,
no hubiese publicado esos tuits con esos chistes que, pese a su humor
sangrante, eran de dominio público desde muchos años antes.
Me juego la
cabeza ─seguro de no perderla─ que un gran porcentaje de la población
ha escuchado en alguna ocasión ─en esas rondas de chistes tan castizas,
tan de bareto y caña o, incluso, tan de cierre de reunión de negocios entre
altos directivos─ varios de esos sarcasmos brutales que, en algunos casos
concretos, llegan a poner de moda su temática. He escuchado decenas de
chistes sobre Etiopía (haciendo guasa sobre el hambre de sus habitantes y sus
condiciones físicas); sobre el SIDA (cuyas salvajadas se reciclaron recientemente en las mismas salvajadas aplicadas al ébola); o sobre el 11S (siempre
aludiendo a fórmulas rápidas para cargarse a extranjeros, judíos y parias).
Diré más sobre la indolencia del humor: he escuchado chistes, cortos y largos,
sobre los asesinatos de ETA relatados, con gran cachondeo, por miembros de la
Guardia Civil destinados en el País Vasco a sabiendas de que, en esos chistes,
mayormente se hacía burla del asesinado, ya fuera compañero del cuerpo o víctima
política.
Este factor
macabro me lleva a pensar ─ya a una edad en la que paso cualquier
experiencia e idea por el filtro de la reflexión contemplativa─ que
semejantes chuscadas, también consideradas como humor aunque éste sea del peor
gusto, no sólo se utilizan como medio de ataque y crítica;
son, también, una fórmula de autodefensa de la psique, de bálsamo de fierabrás
(administrado entre risas y risotadas según la condición cultural del paciente) para que
el ser humano sea capaz de soportar la realidad de sus acciones y de su
devenir. El humor, entre muchas de sus cualidades, tiene la capacidad de
hacernos sobrellevar el hecho de que, como especie, somos histórica, social y
científicamente letales. Nos reímos de lo que se hizo mal, de lo que se hace
mal, del mal que hacemos y hasta del mal que sufrimos. Nos reímos incluso de lo que no debemos quizá porque, de lo
contrario, no pararíamos de llorar.
En
definitiva, nos han contado chistes sobre cualquier cosa sin que esta mereciera el
dudoso honor de convertirse en cuestión de burla... Me los han contado a mí y a
vosotros/as también. De eso estoy seguro. ¿O acaso nunca habéis captado y retransmitido
un chiste con la temática machista más recalcitrante? ¿Nunca lo habéis hecho respecto a alguna de las múltiples
desventajas físicas y psíquicas del ser humano? ¿No habéis ayudado a que una población entera
viva bajo el estigma imperecedero de ser estúpida, o tacaña, o embrutecida? ¿Nunca
habéis contado un chiste de léperos, de catalanes o de vascos?...
Nadie sabe
quién se inventa ese tipo de coñas callejeras que no pasan filtro alguno para
hacerse populares, que no se regulan en una redacción editorial, y que me
parecen legales aunque muchas de ellas no sean acertadas. Ponerle puertas a
este campo del humor resulta sumamente peligroso puesto que, de una forma más
que rápida, la tendencia del poder busca utilizar esa puerta campestre para aplicar cerrojo a lo que más le molesta desde que el mundo es mundo: la libertad de
expresión. Con sinceridad, prefiero que el Papa católico se exprese en términos
de pegar un puñetazo a alguien por mentarle a la madre, a que no lo haga;
prefiero que dentro de la libertad de expresión se cuelen los peores enunciados a que, tomando la unidad por el todo, terminen obligándome a cerrar
la boca tal y como pretende el gobierno de España con su malparida “Ley
Mordaza”.
Pero,
volviendo al caso que ocupa este artículo, si bien desconocemos quién da a luz
el chiste, yo me atrevo a señalar al entorno que ha hecho que se expandan los
más brutales en tanto a ausencia de empatía social, de xenofobia, de misoginia,
etc… como es el caso del chiste del cenicero que ha tuiteado Guillermo Zapata.
Todo ello, además, sin necesidad de que existiera Facebook, Twitter, etc...
pues, como sabemos, nada hay más viral que el humor sea cual sea su ralea. Y me atrevo
a señalar esos entornos sin miedo a confundirme porque mi conclusión se
sustenta en una lógica sencilla, en una pregunta clave: ¿qué grupos detestan a
la raza negra, a los homosexuales, a la igualdad de derechos, a la clase
obrera, a los extranjeros e, incluso, ya que viene al caso, a los millones de
judíos que ordenó asesinar Hitler, ese monstruo al que veneran?
Por si no
caéis en la cuenta, os doy una pista: podéis hacerles una foto, capturar un
pantallazo, o verlos en la televisión en algún fondo de estadio futbolero,
durante cualquier partido, mientras lanzan sus proclamas xenófobas y alardean
de su condición ultra. Que yo sepa, salvo que terminen matando a alguien, a estas gentes de mal todo se les permite: su humor, su pésimo humor, su humor
criminal.
Lo curioso
pero terriblemente real, como ya he dicho, es que el chiste radical y de mal
gusto entra en los procesos de radiomacutismo y un mal día te lo termina
contando un compañero/a cuya ideología está alejada, completamente,
de la de estos grupos fascistas. Pese a su brutalidad, el juego de
asociación de ideas con que se crea el humor te lleva a reírte aunque odies
haberlo hecho. Y a quien no le haya pasado esto que cuento, que me tire la
primera piedra. Yo, desde luego, no podría lanzar ni un chinato. Me he reído con aquello que no debería hacerle gracia a nadie aunque, tras hacerlo, haya colocado el parche
moral y haya exclamado:
¡Qué bestia!
Pues bien,
de ahí, de este punto acusador que señalo, saco varias conclusiones:
Ver y leer a
líderes y fieles seguidores del Partido Popular rasgándose las vestiduras por
los tuits de este ignorante político que era -en 2011- Guillermo Zapata, no
cuela.
Sabemos, y
hemos visto muy recientemente, cómo a estos neoliberales les gusta levantar el
brazo y abrir la manita sin pudor alguno, sin tener en cuenta que el saludo
Nazi-Fascista sí es una auténtica ofensa contra la memoria de tanto asesinado/a
a manos de la peor secta que haya engendrado una ideología. Y es la peor
porque, si tenemos en cuenta que el horror estalinista llegó a su final; el de
Hitler, Mussolini, Franco, Videla, Pinochet y tantos y tantos otros dictadores
y genocidas, parece no tener fin, se perpetúa del mismo modo que se perpetúa el
odio. Alguien me dirá que me olvido de China y su genocidio comunista pero ya
os digo que no soy yo quien se olvida. Quien sí lo hace es el Partido Popular,
capaz de derogar la justicia universal vigente en España con tal de no
molestar a un gobierno que tiene comprado el 20% de nuestra deuda. Por lo
tanto, me reitero y les digo a los líderes y fervientes seguidores del Partido
Popular: respecto a este asunto del humor sangrante y de mal gusto, a otro
perro con tanta vestidura rota. Es en las filas más extremas de la derecha y del Partido Popular donde se destila y difunde esta
ponzoña.
También, para finalizar, quiero hablar de la estrategia seguida en este asunto; hablar del contubernio
que indagó hasta encontrar algo achacable y hasta punible; hablar del medio que resaltó
la noticia de estos tuits y que preparó la celada no sólo a Guillermo Zapata
sino a la agrupación política a la que representaba en el ámbito de deportes y
cultura: la plataforma ciudadana “Ahora Madrid” que, para ser más concreto, ya
rige el ayuntamiento de la capital de España, pese a los ataques execrables e injurias del Partido Popular contra la nueva alcaldesa ─Manuela Carmena─ en una campaña de acoso y derribo con sólo dos precedentes similares en España tras la muerte del dictador y genocida Francisco Franco: la legalización del Partido Comunista y la victoria del Partido Socialista tras los atentados del 11M.
Esta
cuestión es de cajón y en él me meto:
Bien, para analizar los tuits escritos por este
señor ─Guillermo Zapata─ y llegar en su búsqueda arqueológica hasta
el año 2011; se ha tenido que dedicar a este menester a un reportero/a,
especialista en investigación. Su misión: encontrar un trapo sucio de cualquier
índole, algún elemento dañino para apuntalar palancas que hagan saltar por los aires la formación "Ahora Madrid". Profundizando
en el cajón de la lógica, debo suponer que ese mismo ejercicio y dedicación
jurásica se lo habrán aplicado al resto de concejales de dicha formación ─veinte
en total─ puesto que en esa cacería, para aumentar el número de presas, no
queda otra que aumentar el número de cazadores aunque, al final de la batida,
entre todos, no hayan cobrado más que una simple liebre afectada de
mixomatosis.
Pues bien,
no hay quien se crea que, tras semejante despliegue, la liebre ─¡oh
casualidad!─ fuera cazada el mismo día 13 de junio, jornada en la que
“Ahora Madrid” asumía la regiduría de la capital de España. No. Esa liebre la tenía
el señor Inda, y sus aliados, en la nevera.
Sabedor de que, de haberla expuesto
ante el público cuando fue cazada, no hubiese servido de nada; Eduardo Inda no enseñó ni una
patita hasta el momento oportuno. De haberlo hecho antes, se hubiese cambiado
al personaje en cuestión, otro concejal hubiese accedido al puesto y la
ciudadanía hubiese sentido esas mejoras éticas que solicitamos a los
representantes políticos. Pero ni el señor Inda ni su pandilla, tan afín a Doña
Esperanza Aguirre ─candidata truncada en su camino hacia la alcaldía de
Madrid─, querían mejoras, paz y gloria para ciudadano alguno. Sólo pretendían el empeoramiento, el
barullo y la denostación. Pretendían demostrar que la estupidez cometida por un
joven hace cuatro años, tan indignado como lo estábamos millones de personas,
tan incapaz de vaticinar que llegaría a convertirse en un cargo público, tan
15M… fuera capaz de definir y quebrar las patas de una
mesa nueva, de una amalgama de voluntades en pro de la ética en la política, de
la transparencia y de la sostenibilidad de sistemas de gobierno alternativos a
los que hemos ido padeciendo gracias a veinte años del ejercicio absolutista
del Partido Popular.
Estoy de
acuerdo en que Guillermo Zapata haya dimitido, pero no sólo por lo publicado
en su twitter, ni porque lo exijan los conservadores, los neocentristas y ese
personajillo que es el señor Inda. La dimisión de Guillermo Zapata debe ser un ejercicio docente para que todos
comencemos a saber, de una vez por todas, que la ética no se proyecta ni en
venganzas, ni en violencias, ni en inculturas, por mucho que alguien, siempre
desconocido, las convierta en un chiste de mal gusto que eche a rodar por las
calles, convertido en la piedra donde sigamos ocultando nuestra hipocresía.
Corregir y
educar en estos fundamentos logrará que, aunque no podamos evitar ser culpables
de nuestro pasado, consigamos, al menos, eliminar la ponzoña y ser inocentes de nuestro futuro.
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