domingo, 1 de noviembre de 2015

FIN DEL RECREO



FIN DEL RECREO




Vuelvo en mí.

Gotas de sangre sobre el suelo del patio.

Son mías.

Recibo una patada.

Lloro.

Mi sangre encharca los adoquines hexagonales. Intento ponerme en pie, un golpe en la boca me lo impide.

Mis labios estallan.

Escupo.

Mi saliva es baba y metal.

Las piernas no me obedecen.

Tiemblo.

Lloro.

Veo los zapatos de un grupo de muchachos, sus pantalones cortos, la diversión del patio del colegio. Sé dónde estoy, sé quién soy, sé mi edad, sé que he intentado luchar.

A un cabrón de octavo curso no le ha gustado que besara a su chica. 

Merceditas.

Odio que mi madre la llame así cuando Mercedes viene a mi casa. Es la hija de la vecina. Suele dejarla con nosotros mientras va al economato del cuartel. Le dice a mi madre que no le gusta cómo miran los soldados a la niña.

Yo también la miro. Me gusta todo de ella desde que éramos pequeños. Me gusta todo de ella desde que se ha hecho más mayor que yo.

Golpe en el estómago.

El dolor desaparece rápido. Ya apenas si siento nada. 

Sé que Mercedes le ha contado una mentira; que le ha dicho que estuvimos dándonos el lote la tarde anterior en el parque de los tubos; sé que se lo ha contado para ponerlo celoso; sé que ella está contemplando cómo me muele a palos y que no hará nada por evitarlo. Desde algún lugar del patio, orgullosa, observa lo que un hombre es capaz de hacer por amor. 

Los príncipes azules pueden ser unos hijos de puta. Las princesas también.

Escucho a Mercedes deteniendo el combate. Es su voz de niña de octavo curso. Es su voz de cuando lee en misa de domingo. Esa voz que no sé qué me hace.

El timbre.

El círculo que han formado los muchachos para ocultar la pelea se disuelve. Permanezco arrodillado. Siento cómo la sangre se mezcla con mis lágrimas, con mis mocos, con mi vergüenza. Todo el mundo desaparece por el portón que da acceso a las aulas. Mercedes no. Mercedes me mira. La veo mientras me incorporo y aguardo que, al menos, me llegue una caricia suya, un agradecimiento por no delatarla, por haberme comportado como un caballero... Cualquier cosa que sepa a recompensa, a promesa, a beso.

Me ayuda a ponerme en pie y eso es casi suficiente. 

El cabrón de octavo curso regresa al patio, contempla la escena, corre hacia mí.

Oscuridad.

Adiós al recreo.

Adiós al dolor. 

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